El sur de Chile es uno de los paisajes más hermosos que hemos podido conocer; con sus volcanes, lagos, ríos, montañas y una flora y fauna espectacular, se transforma en un paraíso natural para cualquier visitante. Sin embargo, el encuentro con la Patagonia es totalmente a otro nivel.
Hace un tiempo que Coyhaique -capital de la XI región de Aysén- me comenzó a llamar la atención. Cuando comencé a ver en redes sociales esos artículos sobre 10 lugares que debes ver antes de morir o Los 20 paisajes más increíbles del planeta y siempre encontraba alguna fotografía de las Cuevas de Mármol me preguntaba si todo eso era real. Me parecía inconcebible que uno de esos parajes, que normalmente se encuentran en territorios tan lejanos como difíciles de acceder, estuviese en mi propio país y a menos de un par de horas en avión de nuestra casa. Así fue que comenzamos a transmitir constante y majaderamente sobre nuestras ansias de conocer esta maravilla del mundo. Y luego, entre tanto parafrasear y gracias a la incomparable generosidad (y kilómetros) de mi madre, logramos llegar al aeropuerto de Balmaceda en septiembre de 2015.
La primera impresión que nos dio al llegar fue de sorpresa, ya que no esperábamos encontrarnos con ese paisaje: estepa pura y dura.
Cuando se conoce un poco del sur de Chile, uno lo que espera es encontrarse con cerros, montañas, caminos y senderos rodeados de un verde selvático que rodea los grandes cuerpos de agua que se forman desde los abundantes ríos que bajan hasta cada ciudad. Sin embargo, acá nos encontramos con extensos terrenos de tierra árida rodeada de un cordón cordillerano nevado hasta la punta y un sol abrazador. Y así, a medida que nos íbamos adentrando en el camino hacia la ciudad, el paisaje iba cambiando, y cada segundo un cuadro nuevo nos deslumbraba.
Llegamos a Coyhaique después de más o menos una hora de viaje desde el aeropuerto y, como andábamos con suerte (además del sol que nos acompañó durante toda nuestra estadía), nos encontramos con nuestro amigo JP Pincheira, quien, con su señora esposa Mari, son también adictos a la Patagonia y nos dieron el aventón hasta la ciudad.
Dentro de los atractivos que esta región de Chile mantiene, destacan sobre todo las ya mencionadas Cuevas de Mármol, el Parque Nacional Queulat y el Cerro Castillo, la Reserva Nacional Lago Cocharne y la visita al glaciar San Rafael. Sin embargo, y a pesar de lo realmente espectacular que tiene cada uno de estos lugares, y los muchos otros que existen, lo que mayormente nos cautivó fue la belleza y el goce a cada paso en nuestro andar.
La Carretera Austral es sorprendente porque después de cada curva, hay un nuevo paisaje que deslumbra y nos hace entender la posibilidad que tiene la tierra de regenerarse y cambiar, ofreciéndonos en cada paso un entorno más bello y vivo que el otro. La tierra se convierte en río, el río se convierte en hielo, el hielo en montaña, la montaña en lago, el lago en árbol, el árbol en fiordo y el fiordo se abre hacia el mar, enseñándonos en menos de 200 kilómetros todo aquello por lo que debemos respetar nuestro planeta y hogar.
Creo que eso fue lo que más y mayormente nos impactó, y por lo que vale la pena gastarse algunos billetes en alquilar un auto o subirse a una bici y partir a recorrer, o mejor, si se tiene el tiempo y el vehículo, adentrarse en los aún no del todo explotados terrenos de nuestra Patagonia y conocer ese otro Chile que se esconde en medio de los últimos confines que unen mar, cielo y cordillera.
Lugares tan acogedores como sencillos, pero que conviven en medio de una naturaleza impresionante sin siquiera tener consciencia de ello, son posibles de encontrar a cada kilómetro que se avanza. Y junto con ello, también su gente, sus costumbres y por supuesto, sus platos. Desde un asado de cordero al palo, hasta una ensalada de acedera son las delicias que se pueden encontrar en las casas de los patagones, porque allí, en esas pequeñas localidades, la mayor cantidad de gente vive y trabaja en sus casas, y reciben a los desconocidos esperando poder compartir un pedazo de su paraíso y de su orgullo al ser parte de esa tierra y levantarse cada día para cuidar de ella.
Así fue lo que vivimos en la casa de la señora Aurora cuando nos recibió con el estómago vacío y la esperanza perdida en encontrar algún lugar para almorzar, sobre todo un día lunes, a las cuatro de la tarde, post 18 de septiembre (contexto: fiestas patrias, ídem carnaval). Gracias a un exquisito, crocante y recién preparado plato de merluza austral frita, nos enteramos, tanto de sus recetas como de sus últimos años en Puyuhuapi, lugar al que le debía sus hijos y la pesca, la cual le entregó su casa y el medio de trabajo de su ya fallecido marido. Así también nos contó cómo la cocina y su humilde casa habían sido la salvación a una ineludible soledad, permitiéndole compartir tanto con jóvenes mochileros como con trabajadores temporales a los que alojaba y daba de comer a cambio de pocos pesos que le permitían seguir cocinando y compartiendo.
Tanto el afuera como el adentro de la región de Aysén logró calar profundamente en nuestros corazones viajeros, y si de algo nos arrepentimos es de no haber llegado a conocer antes y con más tiempo, todos los millones de tesoros que deben de haber escondidos en cada rincón, en cada receta y en cada ser que habita en los siempre cambiantes y sorprendentes paisajes de la Patagonia. Por ser casa y paraíso, Coyhaique siempre será nuestro Plan B.
Quiero conocer el Queulat donde me recomiendan alojar para aprovechar bien el día?
Hola Juan!
El mejor lugar para quedarte una noche cerca de Queulat es Puyuhuapi! Allí puedes encontrar varias cabañas y campings donde dormir y es un pueblo precioso!
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Abrazos!