Adelaida, capital del estado de South Australia, fue nuestro primer hogar en Australia y campo base de nuestras iniciales actividades y adquisiciones como Brújula y Tenedor. Esta encantadora ciudad nos recibió con días de sol, koalas, canguros y una maravillosa familia nos acogió durante dos meses en su casa y con el corazón abierto.
Una de las tantas cosas por las que Adelaida es conocida, además de ser el epicentro de los festivales australianos y por ende, foco de los viajeros durante el verano, es por sus colinas de viñas y cultivos de frutas y verduras que abastecen en gran cantidad a toda la región. Así, a no más de 30 minutos de la ciudad es posible introducirse en las vastas faldas del Mount Lofty y conocer en primera persona la agricultura local, sus productos, sus platos, sus secretos y por supuesto, su gente.
Fue así que llegamos a la casa de la John y Joy, encantadora pareja que vive de la tierra y el brócoli (entre otros), a presenciar lo que sería nuestra primera experiencia en los adentros de este país, llena de rituales simbólicos, hogueras gigantes, vino, buenas conversaciones y una insuperable comida salida de la tierra, literalmente.
Llegamos a Kersbrook al medio día y el fuego ya estaba quemando las miles de torres de papel acumulado durante más de siete años en las oficinas de Max y Nathan, quienes nos invitaron a este magno evento, y por las que estábamos en ese minuto ahí. A medida que el día avanzaba las torres iban desapareciendo, la hoguera aumentando y los olores a madera, papel y campo se hacían ya parte del perfume natural.
Llegada la noche se sumó el carbón, la carne y el vino: un hoyo en la tierra guardaba entre brasas las mismas verduras que antes salieron de ella y unos cuantos kilos de cerdo y cordero que lentamente ahumados, se derretirían con el simple tocar de los labios. Una comida sublime, si intento de alguna forma describirlo. De esas que nos gustan, poderosas, contundentes, sabrosas, ricas hasta ya no poder más… pero por sobre todo, llenas de amor.
Sin embargo, lo mejor de la noche no llegó con la comida, sino después de ella, cuando a eso de la medianoche nos invitaron a lo que por ahí llaman “Spotlight”, es decir, recorrer los cerros arriba de una camioneta y con la ayuda de un poderoso foco, alumbrar el terreno en busca de la fauna y la vida que se esconde de nosotros en las noches de campiña. Tuvimos la suerte de encontrarnos con una serie de liebres, canguros y zorros que no parecían entender mucho qué estaba sucediendo. A pesar de todas las sorpresas, la reina de la noche fue una lechuza blanca y robusta que sentada al borde de un portón nos observó fijamente durante varios segundos, como haciéndose notar y como si supiera que ella era la primera visión para muchos de los que ahí la admirábamos.
Así, con el estómago lleno y la curiosidad saciada, pasamos nuestra primera noche en La Bandida, nuestra casa-van, y ya no podíamos más de felicidad.
El día siguiente nos despertó con un sol cálido y el olor a pan que entraba por las ventanas. Un desayuno a la australiana, para comenzar el día como campeones nos recordó que esta sí es la mejor comida del día. Huevos, tocino, tomates, champiñones y salchichas a la parrilla, acompañados de un infaltable café de grano puro nos dió el buenos días y al mismo tiempo el adiós a aquellas 24 horas de brazos abiertos en el hogar de Joy y John.
Gracias eternas a ellos por la felicidad de ese día, a Kerry y Nina por las manos cocineras, a los niños por hacernos jugar de nuevo y sobre todo a Nathan y Max por inventar la excusa perfecta para quemar y empezar de nuevo.
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