Relatos de Viajeros: de Chile a Nueva Zelanda – Karla Arenas

Actualizado en Aug 2, 2020Relatos

Relatos de Viajeros: de Chile a Nueva Zelanda – Karla Arenas

Actualizado en Aug 2, 2020

El siguiente texto es una colaboración de Karla Arenas (@passportdekarlita) para ByT. A Karla la conocimos a través de Redes Sociales cuando lanzó su canal de Youtube con información sobre su vida en Nueva Zelanda, el país donde hoy se encuentra hace más de tres años. Después de una working holiday decidió quedarse y vivir en Nueva Zelanda a tiempo completo, con una visa de trabajo y una nueva vida por delante. ¡Aquí nos cuenta cómo comenzó su aventura y por qué vale la pena arriesgarse!

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Me llamo Karla Arenas, con 26 años recién cumplidos estoy viviendo mi tercer año de aventura viviendo en el extranjero, Nueva Zelanda. Soy la hija mayor de una familia común y corriente, de Santiago, La Florida. Mi padre y madre, trabajadores, de esos que llegaban a las 9 de la noche a la casa a hacer los quehaceres rapiditos para al siguiente día volver a trabajar. Junto a mi hermana, solas, creciendo en esa dinámica, le encontramos el valor a que todo se gana con mucho esfuerzo. Estudié mis 14 años escolares en un mismo colegio, por lo que todo mi crecimiento fue bastante consolidado, no tuve muchos cambios.

Desde que tengo recuerdos, tenía ese bichito que uno lleva adentro por viajar, por irme de vacaciones con cada uno de mis tíos, y ocupar cada uno de los días de las vacaciones del colegio afuera, disfrutando, conociendo. ¡Tanto así, que, a los 10 años, mis papas me mandaron en un avión solita a Punta Arenas! A visitar a mis primos, esa experiencia me marco para siempre, y definitivamente genero esa sensación de satisfacción al subirme a un avión sabiendo que voy a conocer algo diferente.

Volviendo a mi periodo escolar, ya se acercaba el momento de decidir y responder la famosa pregunta. ¿Qué vas a estudiar, que vas a hacer ahora con tu vida? ¡Yo confusa hasta último minuto! Y con mucha presión, sentí que no estaba preparada para decidir eso con 18 años. Afortunadamente mis papas, siempre muy apañadores, me dejaron tener un año “sabático” para pensar bien que haría con mi vida. Siempre me hizo ruido este reloj mental de ir cumpliendo etapas de acuerdo a tu edad, y bueno hasta el día de hoy.

Durante ese año, trabaje como cajera, como vendedora de retail y como empaque de supermercado.

 Y bueno, finalmente decidí estudiar Pedagogía en inglés, y ¿qué paso? No me alcanzo el famoso puntaje… Así que me entré a estudiar en mi segunda opción, Educación parvularia y al año después, me pude cambiar finalmente a mi primera opción. Así, pasaron dos años, estudiando y trabajando. Y si bien disfrute mucho ese periodo, algo siempre estaba latente dentro de mi queriendo hacer algo diferente, algo fuera de lo común.

En busca de nuevos horizontes

Un día en el año 2015, junto a mi pareja, empezamos a averiguar cómo podíamos estudiar en el extranjero, un tiempo corto, así como para probar. Buscando y buscando, leímos información sobre la Visa Working Holiday en Nueva Zelanda. Una vez que la conocí y supe de ella, literalmente me obsesioné con la idea de poder ser afortunada y poder optar a esa opción. Así que durante todo el año 2015, seguí investigando y sobre todo trabajando, 6 días a la semana para poder reunir el dinero que necesitaría si todo este plan resultaba. 

Durante este tiempo seguía estudiando, pero cada día me cuestionaba si la carrera que había elegido, era la que haría por el resto de mis días. Por ende, la opción de emigrar se hacía cada día mas potente.

Ya se acercaba la postulación, octubre del 2016, mi computador, mis formularios que había hecho de pruebas y mi pasaporte a mano. ¡Nerviosísima! Lo recuerdo y se me aprieta el estómago una vez más. Fueron minutos de tensión y mis intentos eran fallidos, hasta que… ¡bingo! Tenía la visa, ahí recién salida del horno, para al fin, vivir una experiencia que estuve deseando y anhelando por tanto tiempo. Mi celebración duro poco, ya que mi pololo por su parte estaba aplicando también, y no resulto. Así que recuerdo ese momento con sensaciones muy extrañas, mi alegría duró 5 minutos ya que comenzaba ahora la preocupación de cómo lo haríamos con su visa. Inmediatamente optamos plan B, y aplico a visa de estudiante, afortunadamente todo se dio de buena manera y ya ambos estábamos listos para vivir esta aventura. El presupuesto económico se amplio, así que decidimos esperar hasta último minuto para viajar, así podiamos seguir trabajando y ahorrando un poco más de tiempo, para esta experiencia.

Ahora venía la parte difícil, contarles a mis papas que quería poner en pausa a mis estudios universitarios para irme a vivir 1 año al extranjero.  ¿¡Queeeee!? Así mismo me respondieron, casi se desmayaron. Pero una vez más, ahí apoyándome en cada una de mis decisiones dejando sus temores de lado… puro amor de papás. 

Agosto del 2017, vuelos comprados y maletas listas. Después de 1 mes de despedidas, comenzó realmente la aventura y a mis 23 años, estaba dando el paso que me cambiaría la vida por completo.

¡Bienvenidos a Nueva Zelanda!

¡Llegamos a Nueva Zelanda! Ya había dejado de ser un sueño, estábamos en tierras maorís. Y todas las lágrimas derramadas en el aeropuerto se convirtieron en alegría infinita, que siento hasta el día de hoy.

Tenía una amiga esperándonos en Auckland, así que ella fue un pilar fundamental en nuestros primeros días.  Entre adaptación del sueño y tramites, se fueron las primeras semanas. Francisco, mi pololo, tenía que comenzar sus estudios de inglés, así que por mi parte comencé a buscar trabajo por internet.

A los 10 días, ¡ya tenía mi primera entrevista de trabajo! No lo podía creer. Así que comencé trabajando en la construcción, limpiando. Duré 1 semana en ese trabajo jajaja, era demasiado agotador, así que como me di cuenta que conseguir trabajo no había sido tan difícil, decidí buscar otra opción. A los 2 días, nuevamente, otra entrevista de trabajo. Contratada como kitchenhand estuve en esa cafetería durante 6 meses. Donde a pesar de haber estado lavando cientos de platos diariamente, me levantaba con el corazón lleno de felicidad, era ahí donde me sentía viva, feliz. Conocí gente preciosa, gente de diferentes partes el mundo, con los cuales, hasta el día de hoy sigue el contacto.

karla y su novio viajando por nueva zelanda

La visa Working Holiday solo me permitía trabajar 6 meses con el mismo empleador, así que, por razones obvias, debía moverme y buscar un nuevo trabajo.

Francisco a todo esto, ¡había obtenido la visa Working Holiday desde Nueva Zelanda! Ahora los dos ya estábamos en condiciones iguales.  Así que decidimos movernos de ciudad y nos fuimos al sector agrícola, a vivir esa experiencia que todo el mundo te dice que si o si debes vivir.

Ahí estuvimos tres meses conviviendo con el famoso Kiwi, plantando, podando, empaquetando. Tres meses intensos, trabajando con frio, al aire libre, 10 horas diarias, pero el lado bonito, ahorrando dinero como locos.

Ya se habían ido 10 meses de la Visa Working Holiday, y lo único que teníamos claro era que no queríamos irnos de ninguna manera de este bello país. Así que una vez más, nos movimos hacia la isla Sur de Nueva Zelanda viajando y recorriendo diferentes ciudades, tomándonos unas merecidas vacaciones.

Llegamos a Queenstown, con el objetivo de encontrar una oferta laboral y poder optar a una visa de trabajo. Después de 3 semanas, ya ambos habíamos encontrado trabajo, una vez más como “kitchenhand”.

Y aquí es donde comienza un camino que descubrí en Nueva Zelanda, la pasión por la cocina. Después de estar varios meses trabajando en este mundillo, me atreví a hacer algo mas allá, ya no quería estar solo lavando platos. ¡Quería cocinar!

¿Y si nos quedamos?

Afortunadamente mi jefe, un neozelandés increíble, me enseñó, entrenó y preparó para la siguiente etapa. Me promovió de cocinera, y no solo eso, me inscribió en un programa de estudios para obtener mis certificaciones como cocinera. 

karla trabajando de cocinera en nueva zelanda

Esta etapa fue intensa, estaba encontrando a 9.300 kilómetros de casa, la respuesta que me hicieron tantas veces a mis 18 años. Quería ser cocinera, quería dedicarme a esto. La pedagogía quedo atrás, había encontrado en Nueva Zelanda algo que me llena y disfruto muchísimo.

Con visa de trabajo, estudios, hartas historias y anécdotas en el camino, habíamos decidido con Francisco comenzar a viajar, y a recorrer los países cercanos a Nueva Zelanda, el 2020 era de viajes. Con 3 vuelos comprados, nos pillo el coronavirus, como a todos, y nos canceló todos los planes. Pero con ganas de retomar el proyecto una vez que el mundo decida tomar su curso “normal”. 

Una vez más, Nueva Zelanda nos sigue dando motivos para permanecer acá, no sabemos si es el destino, o simplemente coincidencia, solo nos queda agradecer, porque de alguna u otra forma somos afortunados de estar acá, sobre todo en días como hoy.

Con respecto a los planes a futuro, tenemos pensado retomar el proyecto de recorrer países de este lado del mundo, por periodos extensos, ya que hemos viajado por Latinoamérica, pero siempre periodos cortos. Así que si o si, vamos a darnos una vuelta larga sin ticket de regreso.

Finalmente, de esta forma, ese año que iba a “probar” una nueva experiencia, se terminó convirtiendo en 3 años de trabajo, con estudios, vocación y un crecimiento personal difícil de explicar con palabras. Haberme atrevido a salir de mi zona de confort, ha sido la mejor decisión de mi vida. Conocer nuevas culturas, idiomas, costumbres y personas de todos los lugares del mundo, tiene un precio incalculable. Y si bien, no todo es color de rosa, y hay momentos de querer correr por un abrazo de tu familia, un respiro profundo, y vuelve la sensación de satisfacción por estar haciendo lo que realmente te llena el alma.

Si sientes que algo le falta a tu vida, que algo le sobra, si quieres hacer un cambio, si quieres sentirte plen@, satisfecho, atrévete, vas a tener temores, miedos y dudas. ¿Pero quién sabe si las oportunidades para ti, están al otro lado del mundo? Anda a buscar la respuesta. ¡Un abrazo!

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